La línea de ensamble en Feetz tiene 100 impresoras 3D que zumban constantemente. Su propósito exclusivo es hacer zapatos.
Cada una tiene el nombre de un personaje de las caricaturas: Mujer Maravilla o Scooby Doo, por ejemplo. Y aunque extravagantes, las impresoras, cuyo costo unitario es de U$S 5.000, están ahí para cambiar drásticamente la venta al por menor en forma masiva, al lograr hacer más barata la fabricación de calzado.
"Somos los tecnólogos que llegan a ayudar", comentó Lucy Beard, la directora ejecutiva de Feetz, que lleva dos años funcionando en San Diego. "Vi las impresoras 3D en una revista y pensé: 'pedidos a medida y en masa'". Se puede reajustar cada máquina para hacer distintos tamaños y lleva 12 horas hacer un par. La compañía solo tiene 15 empleados y hace poco empezó a hacer sus zapatos.
Sin embargo Beard, de 38 años, quien antes trabajaba como actuaria, imagina que llegará un día en el que los zapatos se impriman en una hora. Dado que hay que pagar poco trabajo y los costos de envío son bajos, además de que no se tiene ningún inventario rezagado, la ganancia de Feetz es de 50 % en cada par, añadió.
El pedido se hace por internet, donde los clientes pueden descargar una aplicación, tomar fotografías de sus pies con el teléfono inteligente y crear un modelo en tercera dimensión. Los zapatos, que cuestan desde U$S 199, se confeccionan con materiales reciclados y se acolchonan abundantemente para mayor comodidad.
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