En Míchigan, un sastre toma medidas para un traje y las introduce en una tableta. Cerca de Oporto, las recibe en tiempo real su proveedor. De cada traje, se crea una ficha digital y un código de barras. Como si de una fábrica de coches se tratara, los datos van pasando de proceso en proceso y cada máquina, cada operario, sigue las especificaciones. Del registro inicial, los datos saltan a la máquina de corte, después al almacén automatizado de hilos, fornituras y etiquetas, y dan el salto a las costureras, que, junto a sus máquinas de coser, cuentan con un lector de código de barras y un pequeño ordenador que les da las coordinadas.
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